Llueve en la Laguna de Rocha. La Laguna está, en realidad, a varios kilómetros de el pueblo de Rocha, pero está en el Partido de Rocha. De hecho, el lugar donde estamos nosotros está más cerca de La Paloma. La Paloma creo que debe ser como el Miramar de Uruguay, sólo que no conozco Miramar.
Estamos en un pedazo de tierra atrapado entre la laguna y el mar, sólo accesible desde el cruce que conecta Rocha, La Paloma y La Pedrera sobre la ruta 10. Si uno trata de venir desde el Oeste, la ruta 10 se ve interrumpida por una conexión entre la laguna y el mar o, en el mejor de los casos, por una estrecha barra de arena que no es transitable con un vehículo común y que, de intentar pasar con algún cuatriciclo o 4×4, podés ser interceptado por alguno de los tres guardaparques que cuidan este Área Protegida.
Cuando llueve acá, llueve. Es lo más importante que sucede. Es lo único que sucede. Casi todo se moja. Uno siente que verdaderamente está a merced de la naturaleza. Igual que cuando oscurece, salgo afuera y veo el cielo lleno de estrellas. Acá sí se pueden ver las estrellas porque ninguna de las 85 casas que hay en la laguna tiene electricidad de red, así que todos se cuidan de apagar bien las luces para no desperdiciar la energía que nos proporciona el sol durante el día. Claro que solo hay energía los días soleados, por lo que siempre hay que ser precavido porque un día como hoy sólo se están cargando 200 miliampere en la batería.
El techo de la casa es a dos aguas, cada uno de los lados de las alas construidas con placas de fibrocemento acanalado da hacia adelante y hacia atrás de la casa. En el porche pusimos un montón de ollas y cacharros que están juntando el agua de lluvia que se desliza por los canales y forma, de a ratos, intensos chorros que llenan los recipientes. Cuando la lluvia merma, es una orquesta de gotas golpeando en los metales y plásticos que forman la batería de juntadores de agua.
Se me ocurren mil sistemas para juntar el agua de lluvia y reaprovecharla. Por un lado, montar un embudo gigante con lona y varillas, como una sombrilla invertida con un agujero en el centro. Se pondría sobre el tanque elevado que hay en el fondo de la casa. Pero eso no juntaría mucho. Otra cosa, más complicada pero eficiente, sería poner unas canaletas el el borde de los techos que juntaran toda el agua que se desliza por los techos y la transportara hacia una cisterna de hormigón bajo tierra y de allí bombear el agua a la casa con una bomba presurizadora. Pero no se como es la calidad del agua de lluvia. ¿Es más propensa a tener hongos y algas?
El techo también se puede usar para calentar el agua: basta colocar una cañería en zigzag sobre la extensión de las placas de fibrocemento y hacer circular el agua por esos caños. Quizás pondría otro tanque para almacenar el agua caliente y la calentaría dos veces: la primera al elevar el agua hasta ese tanque y la segunda cuando vaya desde ese tanque a la canilla. Otro asunto es como aislar el tanque para que el agua no pierda temperatura. En realidad creo que es mejor tener el agua circulando todo el tiempo por esos cañitos, pero no se me ocurre cómo más que con una bomba que va a tener mucho desgaste. Un sistema simple pero efectivo podría ser unir 10 botellones de agua mineral de 6 litros que se usan acá, montarlos en el techo y conectarlos por un lado con el tanque de agua y por el otro con la ducha.
Por el momento el agua se bombea con un equipo sumergible a 220 voltios de un pozo a 14 metros que es alimentado por un generador a combustible: lo peor que uno pueda imaginar. El resto del agua se bombea manualmente con la “cachimba” en un pozo de menor profundidad con aljibe en el frente de la casa. Con ese agua se limpia el inodoro, se llenan los botellones de agua mineral para dejar al sol y así poderse bañar cuando cae la tarde y también remojarse los días de calor.
Todo requiere un esfuerzo y genera una conciencia constante sobre el uso de los recursos: hay que cuidar porque hay poco o porque si querés más eso va a requerir un esfuerzo físico directo. Varias cosas no se resuelven con dinero o por lo menos no con cifras que sea razonable gastar.
Un tema importante a solucionar es la heladera porque es bastante difícil arreglarse con la heladera que hay en la casa donde lo único que funciona es el freezer. En realidad el freezer enfría un poco, como para que no se derritan los hielos pero no llega a congelar las cosas sino después de varios días y dependiendo del clima exterior. La parte inferior de la heladera está normalmente a temperatura ambiente y en los días un poco más frescos enfría un poco más.
Hablando de heladeras: hace más de 50 días que estoy tratando de reducir al mínimo la cantidad de carbohidratos que como por dos razones: la primera es que quiero bajar la cantidad de grasa en mi cuerpo y la segunda es que eso me obliga a comer alimentos frescos y nada de lo que el cocinero Máximo Cabrera llama “comida de emergencia” que es, básicamente, todo lo que se puede encontrar en las góndolas del supermercado: comida que puede durar meses allí sin necesidad de reposición. Todas las harinas, azúcares y latas de conserva. El último año estuve tratando de reducir al mínimo la cantidad de comida animal pero la combinación de ambas cosas (no animal y no carbohidratos ni azúcar) es muy dificil: reduce la posibilidad de alimentación a frutas, frutos secos y verduras. El hecho de no tener una buena heladera acá nos obliga a aprovisionarnos cada 3 o 4 días.
Cuando el 26 de marzo, con motivo de mi cumpleaños número 40, termine esta dieta baja en carbohidratos (que incluye azúcares), iré a una dieta que minimice los siguientes ítems, en orden de mayor a menor nocividad para mi cuerpo: harinas procesadas, azúcar refinada, comida enlatada, animales encerrados angordados artificialmente y sus derivados, lácteos en general. Voy a comer, ahora invirtiendo el orden, empezando por los más beneficiosos para mi y para el ecosistema, estos alimentos: frutas, verduras, legumbres, frutos secos y semillas, verduras de hoja preferentemente orgánicas, hongos, pescados y mariscos no de criadero, carne de animales sueltos.
Dado que la vida social urbana incluye muchos eventos relacionados con la comida o donde la comida es un actor principal como almuerzos, cenas, meriendas, degustaciones, fiestas y demás, voy a implementar la táctica de Dani Nofal: comer al una vez al día sin restricciones y el resto del día únicamente frutas y verduras. De ese modo queda reservada una comida para poder “transgredir” la dieta con alguna comida fuera de casa que tenga alguno de las comidas que rankea alto en la lista negra. Si se puede, obviamente se priorizan los alimentos más sanos.
Otro asunto es la cocción de esas frutas y verduras: según los seguidores de la corriente “raw”, cocer ciertos vegetales les quita las propiedades beneficiosas para el organismo. Por mi parte lo que trato de hacer es, salvo con la papa y la batata, cocer mínimamente los vegetales que precisan cocción y trato de utilizar vapor, para que no se “escapen” elementos en el agua hirviendo. Este el caso de los espárragos, brócolis, coliflor, repollitos de bruselas, chauchas, arvejas, acelga y espinaca. Otras verduras como la zanahoria, el repollo o la remolacha prefiero comerlas casi siempre crudas. El caso de la berenjena merece un apartado especial: las hago directamente sobre la hornalla y toman un sabor ahumado o en láminas muy finas en el horno o en la engañosa “freidora sin aceite”.
Hoy se acabaron las provisiones. Es necesario hacer una excursión a la civilización que son al menos 9 kilómetros hasta La Paloma o algo como 13 kilómetros hasta La Pedrera. Los primeros 4 kilómetros son un camino de ripio en bastante bien estado salvo alguna cunetas pronunciadas que hace el agua cuando llueve. Creo que prefiero ir a La Pedrera porque no es necesario adentrarse en el pueblo: sobre la ruta están el supermercado y la pescadería donde puedo conseguir todo lo que necesitamos para alimentarnos.
Parte del aprovisionamiento es agua mineral, cosa de la que me encantaría prescindir con algún sistema de potabilización casero. Tendré que hablar con el ingiero sanitario que tengo muy a mano: mi padre. Si me acuerdo, también, voy a contarle que el corrector ortográfico de la Mac no reconoce la palabra potabilización.
Y no haremos mucho más que eso hoy, ya que las actividades posibles se reducen mucho por el factor climático. En este momento tuve que moverme del porche a dentro de la casa, al comedor, para que no se mojara mi computadora.
Algo que sí se puede hacer, y esta situación lo propicia altamente, es leer. Una de las grandes lecturas de este verano fue Error Humano de Chuck Palahniuk, un para mi ignoto escritor, autor del Club de La Pelea y Snoof, que con una serie de relatos cortos, logró atraparme durante dos días de intensa lectura. Creo que lo voy a volver a leer.
Ahora se me fueron las ganas de escribir. Me dieron muchas ganas a la noche, sentado en el camastro del porche, con esa brisa marina que corre acá. Pero ahora ya no tengo ganas. El camastro está plagado de moscas y yo con mi palmeta mato todas las que puedo pero nunca es suficiente: hay un malo que en su guarida crea más y más moscas: el Saruman de las moscas.
Otra cosa que estuve haciendo estos días fue editar mi documental o no se cómo llamarlo. Son una serie de historias de las que solo tengo la primera donde la idea es ir a la casa de distintas personas en diferentes barrios y hacer las compras y cocinar. Siempre buscando alimentos sanos y ricos. De esa manera, acercar algunas técnicas e ideas a la gente para que pueda mejorar la forma en la que come sin recurrir a cosas orgánicas o comidas ya preparadas que son mucho más caras y difíciles de incorporar a la rutina diaria. Además, revalorizar el rol de la cocina en la casa y de quienes ocupan ese espacio. Volver a priorizar la cocina entre las tareas que se desarrollan en la familia. El trabajo fuera de casa ocupó un lugar central y, sobre todo desde la liberación femenina, la cocina es muchas veces vista como una forma de esclavización. Quizás sea el momento, también, de que los hombres puedan ocupar un lugar en la cocina y compartir la tarea con sus mujeres. En mi casa de origen desde siempre fue así: mi mamá era la que más cocinaba pero mi papá siempre participaba y, sobre todo los fines de semana, tomaba un lugar protagónico.
También el programa puede irse por las ramas y profundizar sobre cualquier tema relacionado con la gastronomía. Por ejemplo, me gustó mi charla con Fabián (mi sushiman preferido) sobre los cuchillos y creo que tengo ganas de hacer un programa entero sobre eso. Complementado con viajes (japón, ¡allá vamos!). O comer en la calle. Pero ahí tengo miedo porque es un formato típico: lo que hace Anthony Bourdain o Narda.
Pasaron unos días y retomé la escritura. Ayer y hoy lluevió nuevamente casi todo el tiempo. Ayer llegó Javier, el pionero en este zona de la Laguna que compró varias casas (la primera fue en la que estoy ahora) y las fue vendiendo, pero todavía tiene dos: una que utiliza casi llegando a la barra, allí donde conecta la laguna con el mar, y la otra pegada a donde estoy, que a veces alquila y tiene en venta.
Javier pasó por la casa, saludó, tomamos un té, comieron palmeritas (comida incluída en mi lista negra) y charlamos. Después se fue para el fondo, para su casa que llama El Triángulo, ya es triangular, como una casa alpina.
Hoy tenía un mensaje de Javier al mediodía: decía que lo llamara por un problema automovilístico. Imaginé que se trataba de un atascamiento. Lo llamé y me explicó que estaba varado en la arena muy cerca de su casa y que su camioneta estaba teniendo problemas con la doble tracción. Dijo que me llamaba en 15 minutos si no lograba salir. A los 20 minutos intenté llamarlo pero no contestaba así que cargué una pala al baúl de mi Subaru Forester y acudí al rescate. El camino principal, el de ripio que está en buen estado, continúa unos dos kilómetros hacia la barra y luego se termina. Después es un laberinto de senderos en muy mal estado, algunos de tierra (donde se forma mucho barro cuando llueve) y otros de arena donde es casi imposible pasar sin un vehículo preparado para andar sobre arena. Tomé el camino que yo ya conocía para llegar al Triángulo, el que va más cercano a la laguna y que mi camioneta puede pasar a pesar del barro y el agua. Casi llegando a la casa de Javier lo vi allí enterrado en la arena intentando salir con dos tablones de madera. Y ahí empezó mi tercer rescate desde que estoy aquí en La Laguna.
Primero intenté tirarlo con mi auto pero al tratar de tirar mis ruedas se enterraban en la arena. Así que saqué la pala y cavamos bajo las ruedas para acomodar bien las maderas. Así pudimos moverlo algo como un metro hacia atrás y después, desinflando las cubiertas, logramos retroceder dos metros más. Finalmente, con la ayuda de una familia que pasaba por allí con una flamante Toyota Hilux sin doble tracción, pudimos sacar la camioneta de javier usando las maderas, con la mujer del conductor de la Toyota al volante, Javier y el conductor empujando y yo tirando con la Subaru.
Quedaron varios capítulos para contar, como la doctora, San Antonio, Santa Isabel, Punta Rubia y el Chuy pero si no, no publico nunca.
Me encantaaaaa!!!!!!!!!!!!En casa ya hiciste varios capitulos de tu documental. Ya tenesmo varios tips incorporados, jajajaja!!!!
Muy interesante todo, en especial me sentí identificado con el tema de los hidratos de carbono, uno de mis problemas más grandes, la adicción a ellos – harinas incluídas. Hay períodos en los que puedo prescindir de ellos y me siento muy bien y otros en los cuales caigo atrapado por las galletitas, panes, etc…. y todo se va al caraj…. espero nos crucemos pronto.