Pirineo y su bolsa de anís

Hace muchos años, escribí este cuento para chicos. Aquí va:

Pirineo, a pesar de su años, se conservaba en buen estado. Cada tanto se hacia un lifting para no sentir el paso de los años. Yo que se si tenía plata o no, no me pregunten. Acaso yo les pregunto a Uds. cuanta plata tienen? No, bueno.

Pero lo que me pone contento de verdad es lo que Pirineo hizo ese día. No fue un aaaaaaahh que bueno lo que hizo pero… vale la pena comentarlo.

Si mal no recuerdo, en esa época, él vivía cerca de LongChamps o por ahí. Lo que sí me acuerdo es que había salido a hacerle unos arreglos al Ami 8 en la Capital.

Creo que tomó por un camino de tierra y se le llenó el auto de polvo porque cuando llego al taller de la calle Girardot parecía que había corrido un rally. Por lo menos eso es lo que me comentó Mario, el mecánico. Un tipo bueno, por cierto.

Mario estudió en un industrial de Caballito pero no terminó 5to porque tuvo que salir a trabajar cuando su papá quedó mudo. Me acuerdo de cuando quedó mudo porque yo todavía no había dejado la teta. Sí, fue en la época que combinaba mamadera con teta.

Pero volviendo al tema, lo que es muy cierto es que ese mediodía Pirineo estaba especialmente ofuscado. Jamás supimos la razón de tal enojo, pero yo siempre supuse que había sido una de sus peleas con Braulio, su salchicha de 24 meses y medio.

Al bajar del automóvil, Mario se sorprendió al ver que Pirineo llevaba puestas una pantuflas con orejas de Mickey. Es más, creo que hasta Pirineo se sorprendió de su calzado. Juró y perjuró que no eran de él y que debían habérsele confundido con sus zapatos cuando tanteaba desde la cama.

Finalmente, no se si era el carburador, pero el auto hablaba. Decía cosas ridículas como: “Estamos en el primer mundo” o cosas por el estilo. Nadie se sorprendió porque casi nunca los autos dicen cosas muy coherentes.

Mario puso manos a la obra. Parece que las manos de Mario estaban como entumecidas porque no daba pie con bola.  Se ve que tocó algo de la parte eléctrica porque al ratito el auto empezó con un ataque de estornudos que ni les cuento.

A todo esto Pirineo inflaba los cachetes con una fuerza que parecía que le iban a explotar. Para nada rezongaba, no. Estaba como afligido y compungido a la vez, cosa rara en alguien del Gran Buenos Aires.

Pero al final Mario dio en el clavo. Dijo: “Aja!, ya esta” mientras golpeaba el clavo que regulaba el paso del jugo hacia el motor. Ah, no les dije. El auto nada de nafta, no. Este auto era curioso porque funcionaba sólo con jugo de Kiwi. Y en esa época casi ni se conocía el Kiwi, así que costo un huevo conseguirlo. Porque no se si sabían que con huevo y agua se puede fabricar jugo de Kiwi. Bueno, ahora lo saben.

Recorriendo el taller con paso rápido, Pirineo refunfuñaba, ahora, en Danés, pero no del que se habla en Dinamarca sino el que aprendieron sus abuelos en Namibia. Los abuelos de Pirineo habían marcado su vida de una manera definitiva. De su abuelo Pirineo heredó esa pasión por el paty con papas fritas. Y de su abuela no heredó nada pero la quería furiosamente y una vez se lo dijo.

El Ami 8 se empecinaba ahora con frases como: “Los hombres son todos iguales” o “Salven al panda”. Mario ya no sabía que hacer porque no encontraba la falla por ningún lado. Buscó en el asiento trasero, en la guantera, hasta en el cenicero. Habían pasado casi tres horas cuando, de repente,  Mario dijo: “Por supuesto!” mientras se le iluminaba la cara. “Voy a apagar primero esa luz que me apunta a la cara porque así no puedo pensar”.

Y el tiempo transcurrió. Pirineo y Mario pasaron casi dos meses en aquel taller. Compartieron quien sabe cuantas comidas juntos. Hasta que un buen día, Mario despertó con una idea y fue corriendo hacia donde se encontraba el auto. Entró y se sentó en el asiento de adelante. Con una mano en la planta del pié exclamo: “Como pica”. Luego, sin disimulo, comenzó a dar pequeños golpecitos en el volante. Al llegar al centro del volante escucho que sonaba inconfundiblemente hueco.

Observo detenidamente durante cuatro o cinco horas y, por fin, con una fuerza descomunal, extrajo una tapita que cubría un gran tornillo que ni el libro gordo de Petete ni la Enciclopedia de Xuxa dicen para que sirve. Y ahí, medio escondida, estaba la falla. Cuidadosamente, con los dos dedos meñiques, Mario la extrajo y la guardo en una cajita que decía FALLAS con letra de mecánico. Luego despertó a Pirineo que soñaba con un calefón que calentaba uniformemente.

Pirineo subió a su auto, lo arrancó, y cantando una canción que nunca había aprendido, salió disparado por Warnes. Abrió la guantera y con aire triunfal, extrajo una enorme bolsa de anís. La acomodó en el asiento del acompañante y la observo con admiración. Lo que nunca entendí es que significado tenía esa bolsa y por qué cuando llego a su casa la enterró junto a Braulio, que murió porque ¿Quién le dio de comer, no?

 

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