Hoy charlaba con mi amigo Ricardo sobre arte. Más específicamente, sobre arte contemporáneo. De por qué un alambrecito, tres palitos y un vaso de plástico pueden ser una obra de arte. Y de si es necesario “entender” una obra de arte o simplemente es algo que se experimenta con los sentidos y las emociones. Siempre tuve dudas sobre esto último: por un lado pienso que el arte se siente y que toda explicación está de más. Pero por otro lado, cuando experimento una obra, el contexto me sirve mucho y las explicaciones suman. Esa dicotomía me resulta desconcertante.
Mientras deglutíamos unos sashimis le expresé a Ricardo por qué yo pienso que es importante hacer ese esfuerzo para poder captar estas obras que a priori no nos “gustan”, que no podemos tragar y que nos cuesta considerarlas obras de arte. Y por qué creo que no es suficiente con poder admirar un Miguel ángel o un Picasso. Le dije que es como la comida: nos podemos quedar con los gustos que teníamos de chicos como la milanesa con papas fritas y el panqueque con dulce de leche, pero por qué perderse de otras cosas, quizás más sofisticadas o elaboradas o sutiles. Está bueno poder explorar y ampliar los gustos. Con el arte pienso que es igual.
Para ampliar esos gustos en el arte es necesario tener más contexto. El problema es que apreciar una obra es como cuando te cuentan un chiste: si te lo tienen que explicar ya no funciona. No te podés emocionar, inquietar, embelesar o maravillar con una obra a partir de una explicación. Solamente lo podes hacer con el contacto con la obra. Pero eso no quiere decir que no haya que dar explicaciones. Las explicaciones sirven para entender racionalmente lo que te perdiste y pueden ser un incentivo para investigar e interesarse más por un tema, para prepararte para una próxima experiencia con una obra.
Hace poco, con motivo del mundial de basket, escuché unas declaraciones de Luis Scola que me resultaron totalmente relevantes a propósito de estas reflexiones. El dijo algo como que cuando uno entra a la cancha, la suerte ya está echada. Que el gran trabajo es en el entrenamiento y que durante el partido se puede tomar alguna decisión que otra pero que lo que es determinante son las cientos de horas previas al partido que pasó en el gimnasio y en las que repitió una y otra vez los movimientos y las jugadas.
Cuando recordé esas palabras todo me hizo sentido: ese contexto del que hablaba y que sirve para poder apreciar una obra, es equivalente a ese entrenamiento. Y creo que la forma de ampliar ese contexto es acercándonos de la manera que podamos a eso que no nos gusta, que no podemos tragar, una y otra vez. Ir a muestras, preguntar, interesarnos, leer, hablar con artistas, hablar con coleccionistas, con otros aficionados al arte o con nuestros amigos y conocidos aunque no sean entendidos en el tema.
Por eso yo cada tanto vuelvo a probar las ostras. Sé que hay algo interesante y sofisticado en ellas y en ese acto -casi predestinado al fracaso- intento testear cuánto amplié mi contexto gastronómico. Por ahora me siguen pareciendo horribles.