Nos vamos a Japón. Toda la familia. Mi tercer viaje importante en este sabático. Y ahí se me terminaron las ganas de escribir. Es raro como funciona la motivación en mi. Me ilusiono, digo: voy a escribir. Y empiezo a escribir. Y listo, se me fueron las ganas. Porque era mucho más lindo en mi cabeza, antes de que saliera una sola palabra de ella. Era perfecto. Era un texto genial, inigualable y ahora es real y, por lo tanto, imperfecto. Igual que todas las ideas que tengo sobre proyectos que me gustaría hacer. ¿Qué proyecto hacer? ¿Ser artista y hacer obras utilizando la tecnología? Pasaría mis días en el taller, haciendo cosas, como la enredadera que se infla cuando te acercás. Y vendrían amigos a colaborar. Y sería genial. Hasta que lo haga, supongo. ¿Y si no que haría? Haría un proyecto, pero BIEN. Para todo el mundo, no como Oleo que es para Argentina, pais mezquino con los emprendedores. Porque si yo hubiera hecho Oleo en New York, ni te cuento. Pero no, es en Argentina, en Buenos Aires. Y claro, peleando con lo chico del mercado. ¿Será cierto todo eso? Sospecho que no. Bueno, pero lo cierto es que yo haría un proyecto global, exitoso como Whatsapp, cool como Instagram e innovador como Emi Kargieman con sus satélites. Y una vez que el proyecto exista, que esté definido, que sepa como es el producto y que haya que ejecutar, ejecutar y ejecutar… chau, se terminó la perfección. Ahí es una cosa más. Pero no voy a andar diciendo todo esto en público, a ver si todavía no me financian mi próximo proyecto por falta de foco, por empezar cosas y quitarles las ganas. Hoy leí que la felicidad no es hacer las cosas que querés sino querer las cosas que hacés. Quería agarrar el libro y quemarlo.
Faltan más de 10 horas para llegar a Tokyo. No sé que voy a hacer. No tengo sueño y no me gustan mucho las películas que hay en el avión, además de que la pantalla es muy chica y de poca calidad y me da pena ver películas en tan mala calidad.